miércoles, 10 de agosto de 2011

La pátina del tiempo



La voz me dice que la casa sigue allí, en pie,

resistiendo, 

cubierta por esa pátina indestructible del tiempo. 

Los mismos balcones abiertos a la montaña de cumbres rosadas;

el pino que todavía huele a resina fresca, a pesar de ser tan viejo,

y los parterres donde ella aún cuida los galanes de noche y los rododendros para las tumbas.

No olvidé, le digo. 

La escalera es de mármol, blanco, como los frágiles tobillos de una virgen,

y pende una lámpara en el rellano que susurra cosas terribles

cuando el viento agita sus lágrimas de vidrio.

A la izquierda está el salón de los cuadros de moldura dorada, 

y la gran mesa de comedor con el jarrón de cobre y las rosas de mentira.

A la derecha, el cuarto donde dormía la abuela,

la dulce mujer de ojos azules y manos sedosas y frías, porque sólo acariciaban la nada.

Y al fondo la sala de la costura, los patios 

y las jaulas de los pájaros, tan desgraciados,

privados de su instinto.

Recuerdo el terrible tictac del reloj de péndulo

guillotinando lentamente el tiempo de las largas noches de invierno, 

Las frías sábanas, las ánimas en pena

y los lascivos gemidos del diablo acechando un descuido.

Debajo de la cama cabía todo el infierno.


Sé donde se esconde cada araña, cada escarabajo, 

cada ratón o cada lagartija.

Dibujaría ahora todas sus diminutas madrigueras 

sobre las tapias infectadas por la oscura yedra

y encontraría el rincón oculto donde lloran los gatos

y donde se amontona la leña 

Conozco la geografía de las vigas, frágiles y secas como huesos descalcificados, 

que se desastillan con un leve beso de viento,


y el damero de las baldosas que crujen y delatan a los insomnes


Siento el aire de la tarde cayendo pesado sobre los tejados,

extendiendo una gasa blanca de niebla sobre los cañones de las chimeneas.

Tiemblo en ese momento de exacto silencio

que espera el quejido de las lechuzas del campanario

o el lamento de los perros en la lejanía.

-Habrá muertos, aúllan como lobos-


Y me reflejo en el cristal de los cielos limpios


donde volaban los primeros vencejos,


cuando mayo daba latigazos a la carne fresca y liberada.



Escucho la fuente dormida bajo el nogal centenario, 

veo sus hilos de plata bajo la luna encendida, 

helada,

tan pura y tan fría como los astros de diamante puro

sobre la tinta azul marino del cielo

Y cierro los ojos para sentir sus diminutas cabezas plateadas quemando la yema del dedo;

sigo el rastro de estaño de la Vía Láctea

y puedo dibujar a ciegas la forma animal de las las constelaciones;

Vuelve, anda, vuelve,

dice la voz que emerge de las aguas corrompidas del tiempo.

¡Ah, qué años aquéllos"

Recuerdas, los indómitos trigales, los olivos disciplinados,

las nubes navegando en los charcos del camino de la alberca,

la explosión en febrero de los almendros de nieve 


y en mayo de la furia de las amapolas.



Aquellos perros rabiosos con los labios manchados de espuma

y los ojos encendidos como antorchas; 

El que se llamaba Canelo nos persiguió por un remanal, 

y perdimos los zapatos , huyendo, un crepúsculo de primavera,

jueves santo, mientras las mujeres hacían dulces 

y Jesús era un eterno efebo que agonizaba, inútilmente,

entre un millón de cirios y lirios 

Mientras una lágrima de miel quería resbalar sobre su costado.



La voz navega por hilos invisibles, regresa del pasado, 

dibuja con verdín un tiempo que ya no quiero recordar. 



El dulce cáliz del dorado otoño,

la blanca piedra de la tarde ocre,

la lenta nube en el cristal del agua.

La capa negra de la noche, sobre

la blanca túnica del alba, leve.

Las plumas tiernas de la vida vieja,

los dientes largos de la muerte cierta.



No quiero tocar ese puñado de sombras en un album desportillado.


A qúe volver, me digo, 

a desempolvar objetos enterrados,

a ponerme en cueros

ante el pelotón de ejecución 

de la memoria...


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