La camarera nos sirvió dos cafés
el mío corto y caliente
con dos terrones de azúcar
El tuyo amargo , largo y tibio.
Le dí unas vueltas a la sortija
y me miré las uñas desconchadas
y luego comprobé que también
al borde del abismo
llevabas los zapatos limpios.
Al sonreír a la camarera
se ensombrecieron esos surcos
que recorren tu rostro
como ramblas de primigenios ríos
y en la pupila te saltó una chispa
de "ay si yo pudiera"
Y te ví viejo.
Qué importaba ya
si habías envejecido conmigo.
Pasó una niña muy morena que corría
detrás de una paloma blanca
y pasó una mujer gorda
con un colosal vestido floreado
arrastrada por un perrito
menudo como un ratón.
Abrí el libro que acababa
de comprar.
Cerraste el periódico de ayer.
Dije Me quedo un poco más
Era mentira donde tú ibas
Eran inútiles los minutos
arrancados
al reloj de la agonía.
Sólo era importante
borrar de tu retina
el recuerdo de mi espalda
alejándose en una calle
cualquiera
donde ya se estaban encendiendo
las primeras farolas
bajo el cielo color violeta.
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